domingo, 20 de octubre de 2013

Materiales para el Tema 2. Parte 2. Planificación central

Planificación central (Marxismo):




1. ¿Quién fue Marx?



2. El libro que sirvió de pilar para el movimiento obrero y la internacional obrera es "El manifiesto Comunista" de Marx y Engels:

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3. ¿Qué es la plusvalía?


 
4. Podemos ver a Marx regresar tras su muerte y analizar la situación económica de occidente:

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5. Si bien, muchos autores han encontrado contradicciones en la base teórica del sistema de planificación central:


Dice Adam Smith: "Cada individuo se esfuerza siempre para encontrar la inversión más provechosa para el capital que tenga. Al perseguir su propio interés frecuentemente fomenta el de la sociedad mucho más que si en realidad tratase de fomentarlo".

Dice Hayek: "El socialismo...Pese a haberse inspirado en las mejores intenciones y haber tenido por mentores tal vez a lo más selecto de la sociedad, no deja de constituir una grave amenaza para el nivel de vida y la existencia misma de una parte de la población actual."

Dice Rothbard "En la raíz de todas las formas de comunismo está el odio profundo a la excelencia individual, la negación de la superioridad física o intelectual de unos hombres sobre otros y un deseo de destruir toda individualidad al nivel de un montón de hormigas comunales".

Dice John Dos Passos: "El marxismo no sólo ha fallado en promover la libertad humana, también ha fallado en producir comida".


 


5. Mapa político durante la guerra fría:



6. Con el siglo XX y la irresponsable aplicación del Sistema de planificación central en muchos países, se da lo que los críticos llaman "comunismo real", término peyorativo con la que se asocia el marxismo con sistemas totalitaristas:

Pulsar aquí. Pol Pot y Camboya.




OTROS MATERIALES:

La revolución rusa desde lo imposible. Doctor en Alaska; Lenin y Anastasia.



La caída del muro de Berlín y el triunfo del capitalismo:

Good bye Lenin, de Wolfgang Becker.




Desde los ojos de Sabina:




Marx psicoanalizado:



Dario Fo nos narra los inicios de las revoluciones comuneras:


Segalello era de los que iban provocando a los campesinos: «Eh, vosotros, ¿qué hacéis? ¿Jugáis? ¡Ah no! ¿Caváis la tierra? ¡Trabajáis! ¿Y de quién es la tierra? ¡Vuestra, me figuro! ¿No? ¿No es vuestra? ¡Pero cómo! Trabajáis la tierra y… ¿Pero le sacáis provecho? ¿Qué provecho? Ah… ¿un porcentaje tan ínfimo? ¿Y cómo, todo el resto se lo queda el amo? ¡El amo de qué! ¿De la tierra? Ja ja ja! ¿Hay un amo de la tierra? ¿De verdad creéis que en la Biblia cada terreno fue asignado a fulano o a zutano?… ¡Cretinos! ¡Subnormales! La tierra es vuestra: ellos os la han trincado, y luego os la hacen trabajar a vosotros. La tierra es para quien la trabaja: ¿está claro?».
Imaginaos, en plena Edad Media, ir por ahí diciendo cosas semejantes: ¡la tierra para quien la trabaja! Es de locos insensatos decirlo hoy, ¡así que figuraos en la Edad Media! De hecho, lo cogieron en seguida y lo llevaron a la hoguera, a él y a toda su banda de «ensacados».
Sólo se salvó uno. Se llamaba fray Dolcino, y se retiró a su tierra, a la zona de Vercelli: pero en lugar de quedarse en su casa en paz y en silencio, en vista del peligro que había corrido, no señor, volvió a ir en busca de los campesinos, a provocarles, a hacer de juglar. «¡Eh, campesino!… la tierra es tuya, quédatela, cretino, subnormal, la tierra es del que la trabaja…» Y los campesinos de su zona, tal vez porque hablaba su mismo dialecto y le comprendían bien, le miraban y decían: «¡Qué loco está ese fray Dolcino! ¡Aunque no dice tonterías! Sabes, yo casi casi me quedo con la tierra… No, mejor se la dejo al amo, ¡y me quedo con la cosecha!». Y desde ese día, siempre que llegaban los «demandados del amo», los recibían a pedradas. Y empezaron también a romper el contrato, que se llamaba «diezmo». Sí, el contrato que en la Edad Media unía a los campesinos con el amo se llamaba «diezmo». Bien, rompían el contrato, pero sabiendo que no podían resistir solos, se unían, se asociaban entre ellos, todos los campesinos de la zona. Y es más, comprendiendo que había que ampliar la unión para que tuviese más fuerza, se unían con los artesanos menores, con los asalariados, que en el Medievo empezaban a ser numerosos. Fue así como llegaron a la organización de una extraordinaria comunidad. Entre ellos se llamaban «comuneros».
Son los primeros comuneros de la historia. En Vercelli, para la división de los bienes comunes no esperaban a la carestía: se juntaba todo y se repartía según las necesidades de cada cual. Según las necesidades, fijaos bien, no según el trabajo que cada uno había producido.
Esta forma de autogobierno molestó mucho a los amos, sobre todo a los que se consideraban «despojados» de sus tierras. Uno en concreto, el conde de Monferrato, organizó una expedición de castigo, partió con sus esbirros, aprisionó a un centenar de comuneros y les cortó las manos y los pies. Con las manos y los pies amputados, los subieron en burros, y los empujaron hacia la ciudad de Vercelli, para que los comuneros se dieran cuenta de lo que pasaba cuando se actuaba con demasiada libertad y «presunción».
Cuando los comuneros vieron a sus hermanos mutilados y tan maltrechos no se echaron a llorar. Partieron esa misma noche y llegaron de improviso a Novara, entraron en la ciudad e hicieron una auténtica matanza de los esbirros, de los verdugos carniceros: pero no sólo eso, también lograron convencer a la población de que se liberase y se organizase a su vez en comunidad. Con una rapidez increíble Oleggio, Pombia, Castelletto Ticino, Arona, toda la zona al norte del Lago Maggiore, Ivrea, Biella, Alessandria… en fin, media Lombardía y medio Piamonte se rebelaron. Sin saber a quién recurrir, duques y condes enviaron a Roma un mensajero que llegó ante el papa, gritando: «Socorro, socorro… ¡ayúdanos, por Dios!». Ante ese por Dios, ¿qué podía hacer el papa? «Por Cristo, tengo que ayudarles…» Para su fortuna, y para la de los señores del norte, estaba a punto de embarcar en Brindisi la cuarta cruzada). Así que mandó al mensajero a decirles a los cruzados: «Quietos todos, perdonad, me he equivocado: los infieles no se encuentran al otro lado del mar, están ahí arriba, en Lombardía, disfrazados de campesinos rebeldes. ¡En marcha cuanto antes!». A marchas forzadas ocho mil hombres, casi todos alemanes, llegaron a la Lombardía, se unieron a las tropas del duque Visconti, de los Modrone, de los Torriani, de los Borromeo, y cometieron una truculenta matanza. Consiguieron encerrar en un monte cerca de Biella a tres mil comuneros, hombres, mujeres y niños: de un solo golpe los masacraron a todos, los quemaron, los degollaron…
De esta historia que os he resumido no aparece rastro en los libros de texto de los colegios. Y es justo, por otro lado: ¿quién organiza la cultura? ¿Quién decide qué enseñar? ¿Quién tiene interés en no dar determinadas informaciones? Los amos, la burguesía. Mientras se lo permitamos, es natural que sigan haciendo lo que consideran justo. ¿Os figuráis si estos, enloquecidos, empezaran a contar que en el siglo XIV, en Lombardía y en Piamonte, hubo una auténtica revolución, gracias a la cual se llegó a constituir una comunidad en la que todos eran iguales, se querían, y no se explotaban entre ellos? Cabe la posibilidad que los chicos, exaltados, gritaran: «¡Viva fray Dolcino! ¡Abajo el papa!». ¡No es posible, por Dios, no es posible!

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