jueves, 28 de febrero de 2013

Apuntes, parte 2º de la 2º evaluación

Para ver la primera parte, pulsar aquí.

5.5. TIPOS DE MERCADO
  1. Mercado de competencia perfecta. (Características).
  2. Monopolio. (Características y ejemplos).
  3. Oligopolio. (Características, ejemplos, dumping, cárteles...).
  4. Competencia monopolística (características y ejemplos).
  5. Monopsonio (Definición y ejemplos. Diferencias con otros tipos de mercado).

5.6 MERCADOS DE FACTORES

Mercados de factores de producción son: Trabajo, capital y Recursos naturales (Tierra).
a)     Mercado de Capital. (Características).
b)    Mercado de trabajo. (Características, gráfica).



El mercado de trabajo está intervenido, ya que el Estado regula las condiciones mediante el derecho laboral (Definición, derechos del trabajador).


 Medición del paro en España y distribución poblacional


Total
            Menores de 16
            Mayores de 16
                        Inactivos
                        Activos
                                    Ocupados
                                    Parados
Tasa de ocupación y Tasa de desempleo o paro. 

INE (EPA) y Paro registrado en el INEM. Diferencias entre ambos.


5.7. Fallos del mercado.

Inestabilidad de ciclos económicos.
Existencia de bienes públicos.
Externalidades.
Competencia imperfecta.
Distribución desigual de renta.




Texto Obligatorio. José Luis Sampedro "Mercado y globalización" (y2)


        Desgraciadamente, la perfección de ese mercado teórico nunca se cumple. En el mundo real nos enfrentamos siempre con un mercado imperfecto en mayor o menor grado. Es muy raro que el comprador pueda elegir sabiendo lo que hace porque no tiene información sobre todos los vendedores presentes y, además, no suele ser experto en conocer bien las complejidades de los productos modernos. En general, la elección se decide entre unos cuantos vendedores más accesibles, aceptando lo que afirman sobre las cualidades del producto o dejándose llevar por la presentación del artículo.
       
 No sólo se elige con esa fragmentaria y azarosa información, sino movidos casi siempre por eficaces técnicas publicitarias, diseñadas por expertos interesados únicamente en el beneficio logrado por la venta y no en las ventajas para el comprador, cuya libertad queda condicionada por tantos factores. Así, lejos de ser el rey en el mercado e imponer su voluntad, el consumidor ha de aceptar las condiciones impuestas e incluso muchas veces cede a hábiles persuasiones, que le convencen de sentir nuevas necesidades, pasando a demandar productos antes no usados que le han sido «revelados» por la publicidad o por la presión social.
       
Por su parte, tampoco los vendedores tienen información completa sobre la dispersa demanda ni sobre los planes de los compradores. Si a veces tienen éxito lanzando un producto y logran venderlo bien, en otras ocasiones no aciertan, o bien yerran instalándose en locales poco atractivos, o se anuncian desacertada mente o emprenden la fabricación de algo que no es bien recibido, con el consiguiente despilfarro de recursos productivos. Dicho de otro modo: prevalece una situación de información asimétrica, que no es igual para todos, y esa falta de transparencia del mercado entorpece seriamente la función orientadora de la inversión que, a manera de brújula, posee el mercado perfecto según la teoría.

Ante tales imperfecciones,la confianza en la mano invisible empieza por fuerza a evaporarse y se nos muestra más como una creencia providencialista —una fe de creyente— que como una realidad contrastada. Máxime cuando la vida diaria nos enfrenta con irregularidades en el mercado y, especialmente, con situaciones en las que algún participante —generalmente una empresa vendedora— logra acaparar una parte importante de la oferta, lo que le da el poder de imponer condiciones sobre el precio o las condiciones de contratación. En estos casos,bien frecuentes, de competencia imperfecta, la benéfica mano invisible aparece reemplazada por otra mano perfectamente visible que en alguna ocasión logra dominar con el poder absoluto del monopolio. Como veremos, bastaría esta grave imperfección del mercado real para justificar intervenciones externas correctoras en defensa del interés público, por motivos tanto económicos como éticos y sociales.

EL MERCADO NO ES LA LIBERTAD

Cuando, una vez más, alguien nos repita que «el mercado es la libertad» invitémosle a practicar un sencillo experimento mental, consistente en imaginar que entra en un mercado a comprar pero no lleva dinero: constatará en el acto que no podrá comprar nada, que sin dinero no hay allí libertad, que la libertad de elegir la da el dinero.
       
Reflexionemos algo más acerca de la libertad. En el mercado se enfrentan y compiten doblemente intereses opuestos. Los compradores quieren precios bajos, mientras que los vendedores los prefieren altos, pero, además, dentro de cada uno de esos grupos sus miembros rivalizan entre sí.

Obviamente los demandantes con más dinero podrán llevarse más fácilmente lo que deseen, privando, en su caso, a otros demandantes. También los vendedores más dotados podrán utilizar recursos publicitarios y otros medios para aumentar su clientela compradora a costa de sus rivales más débiles. Como puede suponerse, los más fuertes, tanto si son compradores como vendedores, pretenderán que en el mercado pueda operarse con la máxima libertad, para poder usar sin trabas sus capacidades competitivas, mientras que los más débiles desearán limitaciones a esos poderes, sobre todo cuando sean extremos, como en el caso monopolístico. Esta situación puede generalizarse siempre que haya enfrentamientos de oponentes desiguales. Y puesto que en el mercado el dinero es el que da la «libertad de elegir» resulta que en el mercado llamado «libre» los poderosos efectivamente eligen mientras que los débiles se resignan con lo inferior o con nada. Aquellos, claro está, no quieren tasas ni intervenciones correctoras; son los menos dotados —la gran mayoría, dada la distribución de la riqueza— los que desean controles de calidad, vigilancias contra abusos y demás posibles defensas.

En los países con sistemas económicos fuertemente planificados (como la Unión Soviética durante el régimen comunista) era frecuente la formación de largas colas de compradores en las tiendas para conseguir algunos productos. Ese hecho se presentaba en Occidente como un atraso molesto y fastidioso que no afecta a los consumidores de un sistema de mercado. Pero esa supuesta prueba de superioridad encierra una trampa, al no poner de manifiesto que en los países occidentales, de mercado sin racionamiento, también existen colas, sólo que resultan invisibles. Al igual que los mendigos, no perceptibles en las calles cuando lo prohíben las ordenanzas o se los llevan los guardias para ocultárselos a los visitantes ilustres, las colas invisibles las integran, sin formarse materialmente, los compradores atraídos por la oferta, pero que ni siquiera se acercan a la tienda porque no tienen dinero suficiente para adqumercado ni en el planificado hay existencias suficientes para abastecer de todo a todos. La diferencia esencial está en el modo del reparto. Como en el socialismo planificado la renta estaba repartida con más igualdad, resultaba forzoso el racionamiento con sus colas; en cambio, en un sistema de mercado la riqueza se reparte con mucha mayor desigualdad y origina «colas invisibles», porque sólo una minoría puede obtener los artículos deseados.

Por añadidura, la hipotética libertad de elegir está más condicionada aún en los casos ya aludidos de competencia monopolística, que llegan a su máximo rigor cuando sólo aparece un único vendedor. En tales casos, la opción del comprador carece de libertad: si desea la mercancía ha de someterse al precio y condiciones que se le impongan. Así ocurre con ciertos servicios públicos (transportes, comunicaciones, energía, etc.), con minerales localizados en uno o pocos lugares, con servicios personales que sólo pueden prestar especialistas y, entre otros casos, con grandes empresas que consiguen acaparar algún producto mediante maniobras mercantiles. En general, la publicidad y técnicas afines son medios de caracterizar de algún modo el producto propio como único y excepcional, lo que se procura sobre todo mediante las marcas registradas.

La técnica moderna, con actividades que exigen instalaciones industriales muy costosas y complicadas, junto con las ventajas económicas de la producción en gran escala, entre otras, fomentan y a veces imponen la creación de grandes empresas, contra las cuales es muy difícil lanzarse a competir. Con frecuencia las encontramos dominando los mercados dentro y fuera del país (empresas multinacionales o transnacionales) y aliándose con otras afines o complementarias o absorbiendo empresas rivales. Gracias a sus excepcionales medios técnicos y financieros dominantes consiguen créditos y concesiones públicas privilegiadas, influyendo en países cuyos gobiernos tienen menos poder que ellas mis mas y presionando incluso a las autoridades de las naciones más fuertes. En suma, los poderosos directivos y sus grandes empresas avanzan en la vida pateando triunfantes por encima de los pueblos




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